Aunque los enfrentamientos se intensificaron en 2022, el Comando Rojo (Comando Vermelho, CV), un notorio grupo criminal con raíces en las cárceles de Río, ha aumentado sus esfuerzos por ganarle territorio a las milicias, una poderosa red de grupos de corte paramilitar que han controlado muchos de los barrios más pobres de la ciudad durante al menos una década. 

En junio, el barrio de Rio das Pedras, dominado por las milicias, sufrió ataques diarios del Comando Vermelho en su intento de apoderarse de la zona. Los residentes denunciaron extorsiones generalizadas y tiroteos constantes, mientras las milicias presuntamente provocaban incendios para bloquear el avance de la banda e impedir que se apoderara del barrio.

El CV ha tomado el control de al menos tres barrios anteriormente controlados por las milicias, según el medio O Globo. Además, sigue enfrentándose a estos grupos en otros cuatro barrios, entre ellos Rio das Pedras. 

A pesar de haber perdido alrededor del 20% de su territorio en los últimos dos años, las milicias siguen estando fuertemente arraigadas, controlando el 60% de la ciudad gracias a sus vínculos políticos e institucionales, explicó a InSight Crime la académica Carolina Grillo, que investiga las dinámicas criminales en la región. 

“Vimos una disminución en el control territorial armado, especialmente por fuera de las favelas, y fueron las milicias las que sufrieron las mayores pérdidas”, le dijo Grillo a InSight Crime.

Pero esto no implica que las milicias hayan desaparecido de estas zonas. Al contrario, continúan operando, aunque de forma más discreta, sin ejercer un control directo, afirmó Grillo.

Orígenes entrelazados

El CV y las milicias nacieron durante la dictadura militar que gobernó Brasil entre 1964 y 1985. El primero nació como un movimiento de izquierda en pro de los derechos de las personas privadas de la libertad en la cárceles del estado de Río de Janeiro. Es el grupo más viejo y el segundo más grande del país, y se ha integrado en las redes transnacionales de tráfico de cocaína, entre otras economías criminales.

Por su parte, las milicias son organizaciones de tipo paramilitar, compuestas por agentes y exagentes de policía, algunos de los cuales tienen sus raíces en la dictadura. Desde la década de 2010, las milicias han dominado una gran parte de las economías criminales de la ciudad, como la extorsión, el tráfico de drogas, y el control de los servicios públicos. Su influencia se ve fortalecida por su cercana relación con oficiales del gobierno y las fuerzas de seguridad. 

Facciones de las milicias como Escritório do Crime y Bonde do Zinho han diversificado su portafolio criminal, monopolizando de forma ilegal servicios como el internet, la televisión por cable, el transporte público y el mercado inmobiliario en algunas zonas de Río. Obligan a los residentes —bajo amenaza de violencia— a usar sus servicios y les cobran precios más altos, al tiempo que impiden la llegada de compañías lícitas a la zona. Este monopolio es una gran fuente de ingresos para las milicias y refuerza su control sobre las comunidades, mientras que expanden sus operaciones extorsivas. 

Con el tiempo, el CV también ha expandido su portafolio criminal más allá del narcotráfico. También ha incursionado en economías dominadas por las milicias, como el mercado inmobiliario, en el cual las milicias financian proyectos de construcción y venden apartamentos.

El Comando Rojo ataca

El CV comenzó a luchar contra las milicias en 2022, y desde entonces ha progresado significativamente, reclamando barrios clave en Río que estaban bajo el control de estos grupos. Sin embargo, su modelo criminal hace que sea más difícil mantener el control del territorio. 

El grupo opera mediante el establecimiento de sistemas paralelos de gobierno en las favelas de Río de Janeiro, donde tiene un control casi total del territorio. Los puestos de vigilancia del Comando Vermelho cubren toda la zona, y el grupo mantiene un estricto control sobre las entradas y los puntos de acceso para asegurarse de no ser sorprendido por grupos rivales o por las fuerzas de seguridad. Esto requiere una vigilancia casi constante y un gran número de miembros. Dado que el poder del grupo está profundamente ligado al control territorial, mantener una fuerte presencia sobre el terreno es esencial para mantener su influencia y garantizar su dominio en la zona.

Las milicias, por otro lado, usan sus vínculos con el Estado, especialmente con la policía, para controlar el territorio con menos personas. Sus contactos también les ofrecen impunidad, según Maria Isabel Couto, directora de datos y transparencia del Instituto Fogo Cruzado.

“Las milicias usan un método de explotación territorial y económica y mantienen un apoyo político que las diferencia de otros grupos narcotraficantes. Les da más poder y estabilidad”, dijo.

No toda la policía está conectada con las milicias. Como explicó Couto, una reciente intensificación de las operaciones de seguridad en zonas controladas por las milicias podría haber afectado el control de estos grupos, llevando a la pérdida de territorio ante el CV.

Sin embargo, ambos grupos parecen saber que sus conexiones con las autoridades pueden determinar el desenlace de esta lucha territorial, añadió Couto. Las milicias, en particular, han intentado influenciar a los oficiales municipales en el pasado, en parte porque estos servidores públicos ayudan a determinar dónde se harán operaciones de la policía, y pueden influenciar las investigaciones administrativas y judiciales.

“Debemos ver cuál será el resultado de las elecciones municipales de este año, y si esto tendrá un impacto con la elección de personas presuntamente cercanas a las milicias”, afirmó. 

Imagen principal: Un agente de las fuerzas de seguridad de Rio se para junto a un grafitti del Comando Rojo. Crédito: Chico Sant’Anna